Conferencia en la Alianza Francesa-Quito
18 de septiembre de 2018
Por: Ma. Victoria Clavijo
La madre: ni natural, ni ideal
La primera cuestión que quisiera plantear hoy aquí, es la siguiente idea: ser madre no es algo del orden de lo natural. Nada de lo humano, desde que está atravesado por el lenguaje, es natural. Lo humano se aleja de lo natural solamente por ser dicho o enunciado en un discurso. Por ser el ser humano hablante, nada de lo que lo hace humano es natural. Este es el marco del psicoanálisis desde el cual me quiero dirigir hoy a ustedes, y tomaremos el “ser madre” o “la maternidad” como campo para justificar esto que acabo de decir.
Ser madre no es natural, porque no hay ningún programa ni biológico, ni genético, ni orgánico que determine qué es “ser madre”. Para el psicoanálisis, lo materno, además de no responder a lo natural, tampoco responde al ideal. No hay manera de que en un manual se encuentre la verdad sobre los comportamientos que definirían la buena madre, no hay manera de armar un decálogo que enseñe la clave de la maternidad y de la crianza. No lo hay porque la maternidad es una construcción que hace cada mujer a la que la maternidad la concierne. Ya sea como dictamen social, familiar, o de de la pareja, es una cuestión a resolver subjetivamente, cada vez. Cada madre, es una, distinta incluso con cada hijo. Entonces es verdaderamente difícil decir: La maternidad, sería mas adecuado decir que hay Maternidades, porque cada mujer, una por una, hace la travesía, no sin vicisitudes, dudas, angustias e inseguridades. Hay que decir, que actualmente hay una proliferación de prácticas que si creen en La Maternidad, una para todas. Es necesario hacer la lectura en el sentido de que estas practicas son el efecto de un empuje hacia la evaluación y estandarizaron que adoptan una forma superyóica: Haz esto, o lo otro, no hagas esto o lo de más allá. Es una práctica generalizada, universal. En nuestro caso, lo podemos ver en los procesos de adopción, en las instituciones, en la escuela, lugares en donde explicita, o implícitamente subyace la idea de qué es o que debería ser la madre. Es una tentativa correlativa a los tiempos que corren en el que el discurso del amo pretende establecer un protocolo para cada actividad humana. Tentativa, que como siempre ocurre, cuando se deja de lado la subjetividad, deja a muchas madres, quemadas, ansiosas, o estresadas, angustiadas, por no conseguir ser ese ideal que el discurso actual propone masivamente.
Nada más lejos del psicoanálisis que querer engrosar las filas de los agentes sociales, incluidos los agentes del mundo Psi, para definir las características o preceptos de lo que sería una madre.
Qué es ser madre, es algo del orden de un atravesamiento que cada mujer hace desde el momento en que accede a la maternidad ya sea como anhelo como fantasía o también porque no, y con mucha frecuencia, como rechazo.
Quién es madre tampoco es algo determinado por la biología. La maternidad subrogada cuestiona completamente este designio de antaño, ya que para el sistema jurídico que determinan el parentesco, es madre quien pare, y la madre o pareja que contrata este servicio, debe adoptar a ese hijo, a pesar de ser portador de su propio material genético. Lo genético tampoco en este caso determina la maternidad. Las nuevas modalidades de concepción asistida, entonces, ponen de manifiesto entones, que la maternidad no está determinada por lo “natural”. En este punto, podríamos decir que el psicoanálisis y las formas modernas de reproducción, ponen de manifiesto lo mismo, pero por diferente vía.
La vía psicoanalítica es nuestro interés acá.
Entonces, si “ser madre” no es algo natural, qué es? Podemos decir como primera medida que “ser madre” o “madre”, es lo que dice una mujer sobre esa experiencia que enuncia en su discurso en la experiencia analítica sobre el hijo imaginado, deseado, parido…Madre, es lo que enuncia ese hijo o esa hija que como tal se dirige a un analista, o a alguien a quien dirige su discurso sobre ella. En cada caso hay que verificar, quién ha sido su madre. Madre es esa de la que hablan los boleros, o algunos tangos…”Madre no hay sino una”, dice un tango que eleva a la máxima potencia el ideal del amor materno, o “Mother” de Pink Floyd que es mas bien la otra cara cuando en su letra dice: “mami va a hacer que todas tus pesadillas se vuelvan realidad, mami te va a meter todos los miedos dentro, mami te va a dejar justo ahí, debajo de su ala”. Sería interesante establecer un arco que va desde la madre gardeliana, la de “la honda ternura, la de la palabra dulcificada, la de besos, y amores” como un Otro del amor ideal, hasta esa Otra, la de Pink Floyd, como la madre del estrago, más sombría, la que deja al descubierto un deseo más opaco respecto del hijo, que lo desea…sólo, que quizás demasiado. Entonces, madre es un dicho, un significante, y es por ello que el psicoanálisis puede decir algo sobre la madre. Delo contrario, sería imposible.
Pero en otra vertiente, muy importante también, es aquella en la que la maternidad hace emerger algo que no tiene que ver con el discurso, ni con las palabras. Se trata de aquella dimensión en la que emerge la angustia en la madre, aún la depresión, o lo que el discurso médico nombra como depresión puerperal. Encontramos estos fenómenos en algunas mujeres, que confrontadas con la experiencia de recibir al niño, hacen emerger la vertiente más real del objeto niño, lo extraño, lo diferente, lo inesperado. Se puede tratar de algo momentáneo que se resuelva en el tiempo, o no. En definitiva, lo interesante es que esa cara del hijo está siempre presente para toda madre, solo que muy frecuentemente, por fortuna, la mayor parte de las veces, la madre hace uso de ciertos recursos con los que puede contar, para transformar a ese objeto extraño, en un hijo, el suyo. Esos recursos son lo imaginario y lo simbólico. Se trata eminentemente del complejo de castración, en cuanto complejo simbólico que permite la asunción de una falta que organiza la subjetividad de esa mujer que es la madre, hecho que permitirá la “adopción de ese hijo” , volverlo el objeto que le falta, hacerlo pasar de objeto innombrable a objeto valioso, que puja por ser nombrado, incluso desde el mismo vientre, hacerlo pasar de la dimensión desecho, que es la marca más real en el inconsciente materno de ese cuerpo, ese feto, a transformarlo en un objeto dignificado, al que hay que cuidar y amar.
En ese sentido, Lacan recalca que por eso todo hijo, estamos hablando del hijo biológico, el parido, es adoptado. Ciertamente, el padre, es padre, porque da valor a la palabra de la madre que lo nombra como padre. Por ahora no hay que pasarle necesariamente con la prueba de paternidad. Es verdad que el orden simbólico no es lo que era antes, y la palabra ha caído en descrédito. Pero en general, podemos decir que ese hombre queda todavía hoy, en esta tesitura de “adoptar”, en primera instancia, la palabra de esa mujer a la que ha elevado a objeto causa de su deseo. Puede no hacerlo, en muchísimos casos, es esa la salida, pero es una elección forzada. Hacerlo es un acto, y no hacerlo también, pues en los dos casos hay consecuencias tanto para el hombre como para el hijo. Allí se juegan para el hombre también una importante disyuntiva, una verdadera coyuntura subjetiva, de la que algunos salen airosos, y otros no, por no encuentran los recursos subjetivos, simbólicos, lo que puede producir efectos dramáticos, muchas veces para él mismo. Esto lo vemos en la clínica, casos en los que ser padre puede desencadenar fenómenos de franja o psicóticos.
En esta perspectiva, vemos también que para la madre (aunque ella sea cierta, ciertissima), la maternidad no es un rol a imitar, sino una función a asumir, que siempre, siempre estará afectada de síntomas. Es una función que también es fallida.
Deseo de la madre
Decía más arriba que no hay La madre ideal, ni hay un saber constituido sobre la buena madre que fuera susceptible de transmitir y aprender. La razón fundamental de esto es debido a una imposibilidad interna, la que remite a lo opaco que resulta para una mujer su relación con su cuerpo, con la maternidad, con el hijo y con su deseo. Esta opacidad proviene del hecho de que la relación de una mujer con la maternidad está íntimamente ligada a procesos y determinaciones inconscientes. La relación de una madre con un hijo está marcada por elementos que no están al alcance de su yo, ni de su discurso consciente. Puede anhelar, exigir un hijo, enarbolar su derecho a ser madre, pero lo que encontramos en la práctica es que el cuerpo a veces puede presentar , las llamadas “infertilidades no especificadas”. Aquellas que no responde a ninguna causa anatómica ni fisiológica aparente. Puede una mujer por ejemplo, decir que prefiere el desarrollo profesional y sin embargo aparecer en ella un renovado e inédito deseo de ser madre, que la sorprende a ella misma, ante un “accidente”. Puede otra, enarbolar una posición sacrificial frente a la maternidad y sin embargo no poder trasmitir el deseo más vivificante a un hijo, que se melancoliza, o se hunde en las manos de la pulsión de muerte, nombre del desierto de ser en el deseo del Otro. Son estas contradicciones, estas aparentes paradojas las que permiten una aproximación a lo que llamamos del deseo materno.
El deseo materno
El deseo materno es el material del que se nutre la función materna. Retomando una cita de Lacan, subrayada por Marcelo Barros, Lacan en el Seminario Las Formaciones del Inconsciente va a decir claramente, que más que su presencia, más que sus idas y venidas necesarias para armar el entramado simbólico del hijo, la sed del hijo es sed de su deseo, el de la Madre. Es decir, que “lo que el sujeto desea es ser deseado por ella” Muy bien puede efectuarse su ingreso en la cultura, en el orden de lo social, debido a los cuidados de una madre, de una sustituta, de una enfermera, o cuidadora. Pero eso no garantiza, necesariamente el ingreso de ese niño en el orden del deseo, que es la juntura más intima del sentimiento de la vida, y que permite alojar la hiancia del deseo como motor de creación, vivificación y discretas satisfacciones del fantasma. Se aleja pues, esta concepción del deseo por el psicoanálisis de cualquier consideración “de la transmisión de la vida según la satisfacción de las necesidades”, como cita Eric Laurent en su libro el niño y su familia.
El deseo materno no es unívoco, todo lo contrario, es paradójico, pero no por ser la madre paradójca, sino que es el deseo mismo el que lo es. Pues el deseo definido por Lacan, haciendo la lectura del deseo histérico que Freud describió tan bien, es siempre deseo de otra cosa. Esa hiancia que hace que una palabra evoque a otra, que una palabra, no sea la definitiva, habla de una agujero en la estructura del lenguaje, y es esa misma hiancia la que opera en el deseo materno. Una madre, con su deseo de hijo no se representa enteramente por él. Hay algo en el nivel de su deseo que no es satisfecho completamente por ese hijo. Que no la satisfaga del todo, es también algo a lo que hay que consentir. El rechazo de esta cesión, conlleva síntomas tanto en la madre como en el niño. No cederlo, ocasiona la muerte del deseo para ese niño, o serias dificultades de incersión en la vida.
Si hay abandono, el abandono es el del deseo materno. Hay signos inequívocos de este deseo, y el más contundente es la vida misma del niño, la vida que es subjetivada como propia, entre los otros. Es el ingrediente que le hace sobrevivir. En los servicios de cuidados intensivos de niños, es una experiencia de todos los días. No bastan, los alimentos ni los concentrados más excelsos, o caros, basta que este niño se constituya en “alguien para alguien”, que salga del anonimato, que sea acogido con un nombre, que alguien se dirija a él como único, que sea a él, al que se le dirigen las palabras de amor. Ser único entre otros, no solamente uno. Este lugar del hijo en el deseo materno, no responde a una voluntad de alguien que dice: !quiero un hijo! Está dado por la transacción simbólica por la que pasó una mujer, una metaforización de su falta constitutiva como ser hablante, una lugar vacío necesario para alojar a ese niño, para que por un tiempo pueda leer en ese lugar que hay un deseo que no es anónimo respecto de él, pero también que él no será reabsorbido por ese deseo insaciable que es el deseo materno. Por ello, es necesario, que ella pueda desear otra cosa.
Es necesario que ella esté habitada por una falta, y que él ocupe el lugar de esa falta por un tiempo, pero también y no es secundario, es necesario que consienta a separarse de él. Cosa no exenta de dificultades para la madre. La separación no es un acto que obedece a una decisión sino a un consentimiento simbólico de dejarse atravesar por un tercero. Un tercero que puede ser Un padre, o la falta misma, la que permite desmontar para ella el ideal de madre perfecta. Por eso, el ingrediente básico para la función materna es estar atravesada por la castración, y consentir a perder ese objeto precioso que tuvo los ropajes del falo. Que no colme la falta de la madre ese niño, es lo que permitirá realmente que eso que él es y no colma a la madre, se constituya para él en su propio deseo, su propio enigma, su propia búsqueda, su propia pregunta: qué soy para el deseo del Otro? El pasaje por la metáfora edípica, nos dice Marcus Andre Vieira, proporcionará algo de saber a un sujeto que “se caracteriza por no saber, y será ese pasaje el que le dará un poco de saber necesario para seguir adelante.”
Deseo de la mujer que hay en la madre.
Quisiera introducir que nos permite aproximarnos a un campo que es el del deseo de la mujer, como distinto del deseo de la madre.
Así como la madre es un deseo, también es una boca de cocodrilo. Una boca de cocodrilo, que conviene que tenga un palo en la boca para que no la cierre intempestivamente. La madre es esas dos cosas. Es su deseo, y su palo en sus fauces. La madre es ese cocodrilo que podría cerrar sus fauces sobre el cuerpo del hijo. Esa que cerraría sus fauces sobre el hijo habla de otra dimensión distinta a la del deseo que es el goce. Una satisfacción enigmática para ella misma, cuyo límite sería precisamente un elemento externo a ella, simbólico, un tercero, el falo. El falo es el palo en la boca. Es un deseo, por fuera del niño, su dimensión desean como mujer. La que desea otra cosa distinta del niño, esa es la función falo de la madre. Lacan advirtió esta dimensión insaciable. Y a ese objeto real , que es el niño se renuncia como objeto de devoración, colocándolo en el lugar de objeto imaginario, y es en esto en lo que consiste la metáfora paterna. De tal manera que no hay deseo materno sin la función del tercero, del Nombre del Padre. Entonces, madres es un deseo, más el falo imaginario, es decir, el palo en la boca.
Si dirigimos la mirada a esa tendencia, esas ganas, ese impulso del cocodrilo, de cerrar la boca sobre el cuerpo del hijo, de qué tipo de deseo estamos hablando? En primera instancia podemos decir, que no es el deseo de madre en el sentido estricto. Está incluido en ese la madre, pero una herramienta para acotar eso es precisamente el falo, o sea otra cosa que el hijo. El deseo de otra cosa es el obstáculo a su goce, lo que permite que la función materna como deseo de cuidados y amor pueda constituirse, y que el enigma del deseo materno sea motor de la posibilidad de crear los síntomas que son respuestas del sujeto, interpretaciones de ese lugar que él ocupa en el deseo materno.
Lo que sigue operando en la madre como deseo insaciable, insatisfecho, más allá del falo, es lo que podemos ubicar como un goce oscuro de la madre. La referencia de este aspecto de la madre es el trabajo que hace Lacan sobre Hamlet en el Seminario 6. Nuestras referencias son todo lo que por fuera del ideal materno que tenemos en nuestra sociedad, aparece producido también por la madre: infanticidio, maltrato. Puede haber manifestaciones obscenas, pero también sutiles. No se trata de la mala madre, de algo que deba valorar con el juicio moral, sino que se trata del goce no regulado por el falo, y que como el deseo, es irreconcible por la madre misma, que la desborda, la sobrepasa. Se trata de un desconocimiento de la castración radical.
Madres que no ponen un velo a su sexualidad delante de los hijos, o se emparejan con abusadores de sus propios hijos. En el abuso sexual infantil, queda oculto tras el velo del violador, un testigo oculto, silencioso. Es frecuente que este silencio quede encarnado en lo más profundo del sufrimiento de un sujeto abusado sexualmente.